LAS
CONFERENCIAS DOMINICALES EN LA ASOCIACIÓN PARA LA ENSEÑANZA DE LA MUJER: DOS PARADIGMAS HUMANOS
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Juana García Romero Universidad Autónoma de Madrid, España juanagariaromero.1969@gmail.com |
Fecha de
recepción: 11/03/2018 Fecha de revisión: 19/04/2018 Fecha de aceptación:
30/04/2018
RESUMEN
En este ensayo
se exponen algunos
de los pasos fundamentales de la enseñanza de la mujer
a partir del decreto de 1868, que permite fundar libremente centros de
enseñanza. En 1869, surgen como
actividad formativa una
serie de conferencias dominicales en las
que aparecen dos
propuestas educativas que dan lugar a dos tipos de mujer, cuyo fin común es facilitar
el paso a la sociedad moderna que ya existía en otros
países europeos, y que empezaba a darse, paulatinamente, en España. En 1870 se funda la Asociación para la Enseñanza de la Mujer
para consolidar el ideal de mujer que propone Fernando de Castro.
Palabras clave: Conferencias
dominicales, enseñanza, mujer
DOMINICAN CONFERENCES IN THE ASSOCIATION FOR THE TEACHING
OF WOMEN: TWO HUMAN PARADIGMS
ABSTRACT
The article
focuses its content
on some fundamental steps of women´s education
introduced by the Education Act 1868, which
allowed free foundation schools. In 1869,
some series of Sunday
lectures were introduced as training activities. So, two different educational projects emerged, which would lead two different types of women; proposals, whose
common aim was to help the gradual transition to a more modern society, similar to the one already present in
other European
countries.
In 1870, the Association for Women´s
Education was founded
with the purpose
of strengthening Fernando de Castro´s ideal women.
Key words: Sunday conferences, teaching,
woman.
Fernando de Castro Pajares
(1814-1874)
INTRODUCCIÓN
En el decreto
de 21 de octubre de 1868 se lee que «la enseñanza es libre en todos sus grados y cualquiera que sea su clase [y
que] todos los españoles están autorizados para fundar establecimientos de
enseñanza» (Labra, 1888, p. 35).
Debido
a esto, don
Fernando de Castro
(1868) reclama, pública-mente, lo siguiente «fomentar la creación de asociaciones que
funden la enseñanza en las clases obreras, y la propaguen hasta en las más
retiradas aldeas; abrir cursos especiales destinados a completar la educación
de la mujer; procurar que la juventud
se agrupe en academias científicas, y hacer de modo que nuestras
bibliotecas y museos puedan utilizarse libremente […], para mejorar el estado intelectual y moral de nuestro
pueblo: mejora sin la que, creedme, la libertad perece, y se apaga en la
indiferencia el amor a la patria y a las instituciones» (p. 13). Solicita, para
ello, la colaboración del profesorado español.
Así pues, la Asociación para la Enseñanza
de la Mujer es la institución que funda Fernando de Castro, en 1870, para llevar a cabo su proyecto
educativo donde se reconoce la importancia de la mujer en el progreso de la sociedad,
siendo el ideal católico-cristiano el que se consolida para la posteridad.
Recordar que Fernando de Castro (1814-1874) fue contemporáneo de Julián Sanz del Río (1814-1869), y cultiva su pensamiento
en la filosofía cristiana.
Las conferencias dominicales «se dieron desde el 21 de Febrero
al 23 de Abril de 1867, en el Paraninfo viejo de la Universidad
Central» (Labra, 1888, p. 39), y dan forma a dicho proyecto desde 1869,
donde el krausismo español está presente
y cuyo objetivo, a corto
plazo, se centra
en reducir el alto analfabetismo en que se encuentra la España del siglo
XIX, por ser un problema que atañe a todas las clases sociales,
y así lo expresa Fernando
de Castro cuando hace suyas las
palabras de don Miguel de Cervantes Saavedra:
«Y no penséis Señor, que yo llamo aquí
solamente vulgo á la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe,
aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo» (Castro,
1869a, p. 11).
Analizando las conferencias aparecen dos
propuestas educativas que dan lugar a dos tipos de mujer, cuyo fin común
es facilitar el paso a la sociedad
moderna que ya existía en otros países europeos, y que empezaba a darse,
paulatinamente, en España.
Rafael
María de Labra (1869) muestra cómo la legislación beneficia
a la mujer soltera, al concederle casi los mismos derechos que
al hombre (p. 22), pero una vez contrae matrimonio su situación cambia
jurídica y socialmente, y así lo específica cuando dice «la mujer soltera
es digna, respetable sin duda;
pero la esposa y la madre es augusta»
(p. 24) donde «la madre castellana no tiene autoridad propia sobre sus hijos»
(p. 27).
Sin embargo, en ambas propuestas educativas se reconoce que el matrimonio como instituciones «la única unión
que guarda el debido respeto
á la dignidad de los dos sexos»
(Álvarez-Ossorio, 1869, p. 8) pues es el lugar donde se lleva a cabo esa
«armonía de oposición, en la igualdad de dos
desigualdades [gracias a] la simpatía, que es la base, que es la magnífica portadora del amor» (p. 11), y es a través del Derecho y las
instituciones pertinentes desde donde se regula la vida en las sociedades
humanas, considerando el matrimonio civil como una institución más, sin excluir
al religioso (Rodríguez, 1869, p. 22).
Para Fernando de Castro (1869b), el
cristianismo es la doctrina que garantiza la unidad humana porque integra al hombre y a la mujer, cuya personalidad racional parte del mismo origen, es decir, de su semejanza con Dios (p. 4); sin embargo, el destino
que dispone la Providencia para la mujer es la de esposa y madre,
quedando así limitada su capacidad de actuación al ámbito doméstico y familiar.
En la misma
línea se encuentra Pi y Margall (1869)
pues sigue reservando el ámbito privado para la mujer. Afirma que la misión a cumplir
por aquélla es la educación
de sus hijos (p. 10), y
sólo considerando la humanidad en su conjunto
y estudiándola a través de las relaciones existentes, entre las generaciones pasadas y las presentes, serán
capaces de trabajar
por las venideras (p. 14). El destino
a desempeñar en la Humanidad y la misión a cumplir en la Sociedad, bajo un mismo
sentimiento religioso, marcan las pautas de la educación a seguir por la mujer.
Se distinguen dos líneas de actuación:
una, de tendencia conservadora, representada por Fernando de Castro, Joaquín
María Sanromá, Juan de Dios de la Rada y Delgado, Francisco de Paula Canalejas, Fernando Corradi,
Antonio María Segovia, Francisco
Asenjo Barbieri, Tomás
Tapia y Antonio María
García Blanco, y otra, de tendencia liberal,
representada por Rafael
María de Labra, Santiago
Casas, Segismundo Moret y Prendergast, José Echegaray, Gabriel Rodríguez, Florencio Álvarez-Ossorio, José
Moreno Nieto y Francisco Pi y Margall.
Para los conservadores, la mujer tiene que recibir
una educación de tipo tradicional, pues se trata de formar su carácter. Si antes
fue educada en las labores
domésticas, ahora es en las labores
elegantes y finas llamadas por Joaquín María Sanromá (1869) educación de buen tono (saludo,
baile, piano, lenguas extranjeras) porque el prestigio social dependía, en
buena medida, de su comportamiento como manifestación del ser sensible e inteligible que es y, por ello, se la invita a participar en la ciencia moderna
(p. 22), centrada en ejercitar su memoria histórica para tomar conciencia de su situación actual (Rada, 1869, p. 6), y cumplir
con el ideal de mujer modesta que la Providencia le encomendó seguir,
siendo la responsable de mantener
el amor como guía de la educación de sus semejantes (Corradi, 1869, p. 18); por tanto,
su formación se basa en el estudio de la Historia, la Literatura y
la Religión, principalmente.
Para los liberales, la razón humana
es única y así lo manifiesta José Echegaray (1869)
cuando dice «la mujer, como
el hombre, discurre, piensa, juzga, compara, analiza, sintetiza; ejerce, en
fin, las múltiples y varias funciones de la razón humana. Luego todo lo que se refiere á la razón puede y debe ser comprendido por la
mujer; luego no hay ciencia que sea, ni pueda ser, radical y terminantemente ajena al pensamiento femenino» (p.
7).
Consideran que las facultades del ser
humano están limitadas por su condición individual, donde la educación tiene
que procurar la armonía o equilibrio entre ellas, resultando ser el gran
problema a resolver porque de ello depende
la vocación y la profesión del hombre (Moret,
1869, p. 9).
Esto trae consigo otro enfoque, a la
hora de estimar qué tipo de educación debía recibir la mujer. Surge,
entonces, una educación más moderna.
Segismundo Moret propone que la mujer, como madre y responsable de la preparación a la educación de sus hijos (p. 11), tiene que adquirir ciertos conocimientos que, hasta ahora,
no habían sido considerados.
Esta
propuesta educativa recomienda la participación de la mujer
en la Ciencia porque la comprensión de la misma, no se debe a la falta de inteligencia de aquélla, sino al maestro, por no hacerse entender (Echegaray, 1869, p. 12). Se le considera un ser
racional y, como tal, puede acceder
al conocimiento científico a través del estudio de las Ciencias
Físicas, las Ciencias Económicas y Sociales para conseguir su bienestar en la vida, conforme a su naturaleza humana, respetando su libertad
individual. La actividad humana queda condicionada por el interés
personal que tendrá que ser regulada a través de la ley, donde la Justicia será la encargada de organizar la Sociedad (Rodríguez, 1869, p. 18).
Los dos tipos de mujer que resultan de estas propuestas
educativas reciben conocimientos distintos acerca de una misma realidad:
Mujer
conservadora: estudia la tradición sin ánimo de cambio, sin cuestionarla; le interesa las manifestaciones artísticas y religiosas como prueba de verdad por ser la expresión más inmediata
del interior y la imaginación humana al potenciar la creatividad espontánea; prima el sentimiento humano ante la razón.
Mujer
liberal: estudia para cambiar y mejorar lo transmitido racional-mente porque, desde ahí, se asegura el progreso científico en beneficio de los seres
vivos y la modernización de la
sociedad; el hecho concreto es su prueba de verdad por ser el reflejo
más real del proceso lógico de toda existencia, capaz de dar
coherencia al llamado avance histórico de la humanidad; prima la razón ante el
sentimiento humano.
No obstante, ambos tipos de mujer tienen un nexo común que las enaltece
ante los demás y es su afán de superación personal;
esto supuso, a su vez, que la decisión de la mujer fuera considerada una
expresión más de la condición humana.
Estas definiciones, también,
se pueden aplicar
al hombre porque ambos son individuos que se desarrollan en la sociedad humana,
por tanto, se puede hablar de dos paradigmas humanos: persona conservadora y persona liberal.
Conclusión
En ambas propuestas educativas se estima
que la mujer se interese por la Ciencia pero, a su vez, se la excluye
de la misma, y así lo específica Fernando de Castro (1869b) cuando dice «no aprendáis tanto por cultivar en sí
misma la Ciencia y para profesarla en la Sociedad, cuanto para aplicarla en el círculo
íntimo de la familia y contribuir poderosamente a despertar la vocación de vuestros hijos, y para las que no adquieran estos compromisos propone
que se las facilite el camino
de ciertas profesiones, y] os dignifiquéis no menos que ésta ante la Sociedad, [por tanto], se trata,
no de que unas cuantas
mujeres de clase alcancen mucho, sino de que todas sepan lo suficiente
para vivir como miembros dignos
de la Sociedad sin olvidar
que debe educarse, ante todo, para ser
esposa y madre,
y que la Providencia la ha colocado
al lado del hombre en las tres edades que recorre la vida: en la infancia,
para guiar los primeros pasos del niño; en la virilidad, para moderar
las pasiones del hombre; y en la vejez, para mantener el vacilante paso del
anciano» (p. 13).
Así pues, la mujer continua a la sombra del
hombre y, además, Fernando de Castro
parece olvidar que, también, en ella se dan esas tres edades que recorre la
vida (infancia, feminidad y vejez); todavía es más rotundo
cuando afirma «vuestro
destino, como esposas
y como madres, es aconsejar, influir; de ninguna manera imperar» (p. 16).
Todo esto es lo que frena el desarrollo real de la mujer pues, por un lado, limitan
su capacidad desde niña,
para tomar conciencia por sí misma
de su propia dignidad como ser humano
racional, al quedar sometida
a la del hombre, y así lo expresa Fernando
Corradi (1869): «la dignidad
del hombre es un patrimonio de la mujer.
Toda medida, de cualquier
género que sea, política,
económica ó social, que ofenda al primero, le humille ó empobrezca; condena la
segunda, al llanto, á la vergüenza ó
á la miseria» (p. 21) y, por otro, se
la excluye de la participación en las especulaciones racionales y filosóficas, al igual que del ámbito político (Moreno,
1869, p. 14), pues
sólo puede ejercer
su influencia a través del marido como así queda, también, recogido
en la conferencia de José
Moreno Nieto.
Sin embargo, es su trabajo el medio que asegura su dignidad como persona autónoma
y útil, al ser un individuo libre que se desarrolla en Sociedad, y esto
no queda garantizado con el proyecto educativo premoderno de Fernando de Castro, porque
está enfocado a suavizar la difícil
situación en la que se encuentra la mujer de dicha
época, pero sin excesivos cambios,
por ir dirigido a mujeres de sólida reputación y clase social
acomodada, cuya actividad se centra en ser
esposas y madres de familia.
En estos
momentos, al maestro se le considera
pieza clave para la modernización de la sociedad española
y aunque, según consta en la Real Cédula de 14 de Agosto de 1768 (que es la ley
9, título I, lib. VIII
de la Novísima Recopilación), la educación de las niñas
estaba a cargo
de la Iglesia, sin embargo, se
«manda que en los pueblos principales se establezcan otras casas, con matronas honestas
é instruidas, que cuiden de la educación de las niñas, instruyéndolas en los
principios y obligaciones de la vida civil y cristiana, y enseñándolas las habilidades propias
de su sexo, entendiéndose preferentes las hijas de labradores y
artesanos, porque a las otras podían proporcionárseles enseñanza a expensas
de sus padres, y aún pagar y buscar maestras
[siendo, en 1771, cuando a la maestra se la obliga a realizar un examen
de doctrina ante la persona que diputase el ordinario y la licencia de la justicia»
(Labra, 1888, p. 49) porque «el legislador se preocupó tan solo de que la
enseñanza ‘fuera uniforme’, y de que las maestras tuvieran buenas costumbres y supiesen la doctrina cristiana, coser y leer»
(p. 50); no obstante, es a partir
de 1855 cuando
se inicia el proceso de feminización docente
en España (San Román, 2006,
p. 214), al que
contribuirá este proyecto educativo.
Se puede afirmar que Fernando de Castro sigue las directrices marcadas
por la filosofía mística importada de
Alemania, por Julián Sanz del Río (Araquistáin, 1962, p.
21); se le puede llamar hombre premodernista pues, según Jobit, «el krausismo
español fue una
especie de premodernismo» (p. 37) porque no se preocupa «por el gran problema de España: por la reforma de nuestra economía, por la revolución industrial y agrícola
del país, [sino que se centra en] la
reforma del hombre y de las instituciones
políticas y sociales» (p. 39), concretamente, en la
reforma basada en la Constitución de 1869, en la reforma de la Iglesia española
(Chacón, 2006, p. 157) y en «la interrelación entre
krausismo, fröbelismo y promoción de la mujer, característica del krausismo alemán» (Menéndez,
1999, p. 35) y, por ello,
la Asociación se crea en Madrid para llevar a cabo dicho ideal de
mujer, siguiendo las pautas de lo
que Enrique Ureña denomina krauso-fröbelismo
(p. 31); así pues, Fernando
de Castro confía
en la educación individual ante la
instrucción colectiva para asegurar la dignidad personal.
En el siglo XIX, la Pedagogía es la gran
protagonista, por ser la ciencia que garantiza el orden establecido y evita
la revolución política
y social, pues así lo refleja la historia de este país. La educación será la responsable
del progreso y la renovación estética de la sociedad española; pero esto, en el
caso de la mujer fue sólo un intento, así
pues, la igualdad es la gran utopía a conseguir por el ser humano.
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ORATORES ISSN Impreso: 2644-3988 ISSN Electrónico: L-2644-3988
Año 6. Número 8. Junio 2018 - Noviembre 2018